Capítulo 49—Las últimas palabras de Josué
- Prefacio
- Capítulo 1—El origen del mal
- Capítulo 2—La creación
- Capítulo 3—La tentación y la caída
- Capítulo 4—El plan de redención
- Capítulo 5—Caín y Abel probados
- Capítulo 6—Set y Enoc
- Capítulo 7—El diluvio
- Capítulo 8—Después del diluvio
- Capítulo 9—La semana literal
- Capítulo 10—La torre de Babel
- Capítulo 11—El llamamiento de Abraham
- Capítulo 12—Abraham en Canaán
- Capítulo 13—La prueba de la fe
- Capítulo 14—La destrucción de Sodoma
- Capítulo 15—El casamiento de Isaac
- Capítulo 16—Jacob y Esaú
- Capítulo 17—Huida y destierro de Jacob
- Capítulo 18—Una noche de lucha
- Capítulo 19—El regreso a Canaán
- Capítulo 20—José en Egipto
- Capítulo 21—José y sus hermanos
- Capítulo 22—Moisés
- Capítulo 23—Las plagas de Egipto
- Capítulo 24—La Pascua
- Capítulo 25—El Éxodo
- Capítulo 26—Del Mar Rojo al Sinaí
- Capítulo 27—La ley dada a Israel
- Capítulo 28—La idolatría en el Sinaí
- Capítulo 29—La enemistad de Satanás hacia la ley
- Capítulo 30—El tabernáculo y sus servicios
- Capítulo 31—El pecado de Nadab y Abiú
- Capítulo 32—La ley y los dos pactos
- Capítulo 33—Del Sinaí a Cades
- Capítulo 34—Los doce espías
- Capítulo 35—La rebelión de Coré
- Capítulo 36—En el desierto
- Capítulo 37—La roca herida
- Capítulo 38—El viaje alrededor de Edom
- Capítulo 39—La conquista de Basán
- Capítulo 40—Balaam
- Capítulo 41—La apostasía a orillas del Jordán
- Capítulo 42—La repetición de la ley
- Capítulo 43—La muerte de Moisés
- Capítulo 44—El cruce del Jordán
- Capítulo 45—La caída de Jericó
- Capítulo 46—Las bendiciones y las maldiciones
- Capítulo 47—La alianza con los Gabaonitas
- Capítulo 48—La repartición de Canaán
- Capítulo 49—Las últimas palabras de Josué
- Capítulo 50—Los diezmos y las ofrendas
- Capítulo 51—Dios cuida de los pobres
- Capítulo 52—Las fiestas anuales
- Capítulo 53—Los primeros jueces
- Capítulo 54—Sansón
- Capítulo 55—El niño Samuel
- Capítulo 56—Elí y sus hijos
- Capítulo 57—El arca tomada por los filisteos
- Capítulo 58—Las escuelas de los profetas
- Capítulo 59—El primer rey de Israel
- Capítulo 60—La presunción de Saúl
- Capítulo 61—Saúl rechazado
- Capítulo 62—El ungimiento de David
- Capítulo 63—David y Goliat
- Capítulo 64—David fugitivo
- Capítulo 65—La magnanimidad de David
- Capítulo 66—La muerte de Saúl
- Capítulo 67—La magia antigua y moderna
- Capítulo 68—David en Siclag
- Capítulo 69—David llevado al trono
- Capítulo 70—El reinado de David
- Capítulo 71—El pecado de David y su arrepentimiento
- Capítulo 72—La rebelión de Absalón
- Capítulo 73—Los últimos años de David
- Apéndice
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Capítulo 49—Las últimas palabras de Josué
Este capítulo está basado en Josué 23 y 24.
Acabadas las guerras de la conquista, Josué se había retirado a la apacible vida de su hogar en Timnat-sera. “Aconteció, muchos días después que Jehová concediera paz a Israel de todos los enemigos que lo rodeaban, que Josué, ya viejo y avanzado en años, llamó a todo Israel, a sus ancianos, sus príncipes, sus jueces y sus oficiales”. Véase Josué 23, 24.PP 499.1
Habían pasado algunos años desde que el pueblo se había establecido definitivamente en sus posesiones, y ya se podían ver brotar los mismos males que hasta entonces habían atraído castigos sobre Israel. Al percatarse Josué de que los achaques de la vejez le invadían sigilosamente y que pronto su obra terminaría, se llenó de ansiedad por el futuro de su pueblo. Con interés más que paternal se dirigió a ellos cuando estuvieron reunidos una vez más alrededor de su anciano jefe.PP 499.2
Les dijo: “Habéis visto todo lo que Jehová, vuestro Dios, ha hecho con todas estas naciones por vuestra causa, pues Jehová, vuestro Dios, es quien ha peleado por vosotros”. Aunque los cananeos habían sido subyugados, seguían poseyendo una porción considerable de la tierra prometida a Israel, y Josué exhortó a su pueblo a no establecerse cómodamente y a no olvidar el mandamiento del Señor de desalojar totalmente a aquellas naciones idólatras.PP 499.3
El pueblo en general tardaba mucho en completar la obra de expulsar a los paganos. Las tribus se habían dispersado para ocupar sus posesiones, el ejército había sido disuelto, y se miraba como empresa difícil y dudosa el reanudar la guerra. Pero Josué declaró: “Jehová, vuestro Dios, las echará de delante de vosotros, las expulsará de vuestra presencia y vosotros poseeréis sus tierras, como Jehová, vuestro Dios, os ha dicho. Esforzaos, pues, mucho en guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a la derecha ni a la izquierda”.PP 500.1
Josué puso al mismo pueblo como testigo de que, siempre que ellos habían cumplido con las condiciones, Dios había cumplido fielmente las promesas que les hiciera. “Reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado ni una sola de todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os había dicho” les dijo. Les declaró, además, que así como el Señor había cumplido sus promesas, así cumpliría sus amenazas. “Pero así como se os han cumplido todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os había dicho, también traerá Jehová sobre vosotros todas sus maldiciones [...]. Si quebrantáis el pacto que Jehová, vuestro Dios, os ha mandado, yendo a honrar a dioses ajenos e inclinándoos ante ellos, entonces la ira de Jehová se encenderá contra vosotros y desapareceréis rápidamente de esta buena tierra que él os ha dado”.PP 500.2
Satanás engaña a muchos con la plausible teoría de que el amor de Dios hacia sus hijos es tan grande que excusará el pecado de ellos; asevera que si bien las amenazas de la Palabra de Dios tienden a servir ciertos fines en su gobierno moral, no se cumplirán literalmente. Pero en todo su trato con los seres que creó, Dios ha mantenido los principios de la justicia mediante la revelación del pecado en su verdadero carácter, y ha demostrado que sus verdaderas consecuencias son la desgracia y la muerte. Nunca existió el perdón incondicional del pecado, ni existirá jamás. Un perdón de esta naturaleza sería el abandono de los principios de justicia que constituyen los fundamentos mismos del gobierno de Dios. Llenaría de consternación al universo inmaculado. Dios ha indicado fielmente los resultados del pecado, y si estas advertencias no fueran la verdad, ¿cómo podríamos estar seguros de que sus promesas se cumplirán? La así llamada benevolencia que quisiera hacer a un lado la justicia, no es benevolencia, sino debilidad.PP 500.3
Dios es quien da la vida. Desde el principio, todas sus leyes fueron ordenadas para favorecer la vida. Pero el pecado destruyó sorpresivamente el orden que Dios había establecido, y como consecuencia, vino la discordia. Mientras exista el pecado, los sufrimientos y la muerte serán inevitables. Únicamente porque el Redentor llevó en nuestro lugar la maldición del pecado puede el hombre esperar escapar en su propia persona a sus funestos resultados.PP 501.1
Antes de la muerte de Josué, los jefes y representantes de las tribus, obedeciendo a su convocación, se reunieron otra vez en Siquem. Ningún otro lugar del país evocaba tantos recuerdos sagrados, pues les hacía rememorar el pacto de Dios con Abraham y Jacob, así como los votos solemnes que ellos mismos habían pronunciado al entrar en Canaán. Allí estaban los montes Ebal y Gerizim, testigos silenciosos de aquellos votos que ahora venían a renovar en presencia de su jefe moribundo. Por todas partes había evidencias de lo que Dios había hecho por ellos; de cómo les había dado una tierra por la cual no habían tenido que trabajar, ciudades que no habían edificado, viñedos y olivares que ellos no habían plantado. Josué repasó nuevamente la historia de Israel y relató las obras maravillosas de Dios, para que todos comprendieran su amor y misericordia, y le sirvieran “con integridad y en verdad”.PP 501.2
Por indicación de Josué, se había traído el arca de Silo. Era una ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo. Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el nombre de Jehová a que decidieran a quien querían servir. El culto de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara este pecado de Israel. “Y si mal os parece servir a Jehová -dijo él-, escogeos hoy a quien sirváis”. Josué deseaba lograr que sirvieran a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor al castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la hipocresía y un culto de mero formalismo.PP 501.3
El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en todos sus aspectos lo que les había expuesto y a que decidieran si realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal servir a Jehová, fuente de todo poder y de toda bendición, podían en ese día escoger a quien querían servir, “a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres”, de los que Abraham fue llamado a apartarse, o “a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis”.PP 501.4
Estas últimas palabras eran una severa reprensión para Israel. Los dioses de los amorreos no habían podido proteger a sus adoradores. A causa de sus pecados abominables y degradantes, aquella nación impía había sido destruida, y la buena tierra que una vez poseyera había sido dada al pueblo de Dios. ¡Qué insensatez sería la de Israel si escogiera las divinidades por cuyo culto habían sido destruídos los amorreos!PP 502.1
“Que yo y mi casa -dijo Josué- serviremos a Jehová”. El mismo santo celo que inspiraba el corazón del jefe se comunicó al pueblo. Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea: “Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses”.PP 502.2
“No podréis servir a Jehová -dijo Josué-, porque él es Dios santo [...] no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados”. Antes de que pudiera haber una reforma permanente, era necesario hacerle sentir al pueblo cuán incapaz de obedecer a Dios era de por sí mismo. Habían quebrantado su ley; esta los condenaba como transgresores, y no les proporcionaba ningún medio de escape. Mientras confiaran en su propia fuerza y justicia, les era imposible lograr perdón de sus pecados; no podían satisfacer las exigencias de la perfecta ley de Dios, y en vano se comprometían a servir a Dios. Solo por la fe en Cristo podían alcanzar el perdón de sus pecados, y recibir fuerza para obedecer la ley de Dios. Debían dejar de depender de sus propios esfuerzos para salvarse; debían confiar por completo en el poder de los méritos del Salvador prometido, si querían ser aceptados por Dios.PP 502.3
Josué trató de hacer que sus oyentes pesaran muy bien sus palabras, y que desistieran de hacer votos para cuyo cumplimiento no estaban preparados. Con profundo fervor repitieron esta declaración: “No, sino que a Jehová serviremos”. Consintiendo solemnemente en atestiguar contra sí mismos que habían escogido a Jehová, una vez más reiteraron su promesa de lealtad: “A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos”.PP 502.4
“Entonces Josué hizo un pacto con el pueblo el mismo día, y les dio estatutos y leyes en Siquem”. Escribió un relato de este pacto solemne, y lo puso, con el libro de la ley, al lado del arca. Erigió una columna conmemorativa y dijo: “Esta piedra nos servirá de testigo, porque ella ha oído todas las palabras que Jehová nos ha hablado; será, pues, testigo contra vosotros, para que no mintáis contra vuestro Dios. Después despidió Josué al pueblo, y cada uno volvió a su posesión”.PP 502.5
La obra de Josué en favor de Israel había terminado. Había cumplido “siguiendo a Jehová”, y en el libro de Dios se lo llamó “el siervo de Jehová”. El testimonio más noble que se da acerca de su carácter como caudillo del pueblo es la historia de la generación que disfrutó de sus labores. “Israel sirvió a Jehová durante toda la vida de Josué, y durante toda la vida de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que sabían todo lo que Jehová había hecho por Israel”. Josué 24:31.PP 503.1